martes, 1 de septiembre de 2009

Rishikesh, la capital del yoga

Durante los años 60, Rishikesh, una pequeña ciudad situada en los primeros contrafuertes del Himalaya, cobró fama internacional cuando los Beatles se dejaron caer por allí para descubrir los secretos del yoga y la meditación trascendental. Desde entonces hasta nuestros días, son miles de personas, muchos llegados de occidente, los que pasan por la ciudad, en busca de retiro espiritual y atraídos por la gran cantidad de escuelas de yoga que existen en la zona. Me recordó un poco a Pushkar, por la cantidad de neo-hippies, gurús y demás, que dan un particular colorido a la zona.



La primera tarde, tras una ducha en el hotel donde me alojé (el New Bhandari Swiss Cottage, un sitio encantador que os recomiendo), bajé a explorar las calles y los ghats del Ganges a ver lo que me encontraba. Montones de puestos con parafernalia religiosa, libros de yoga y meditación, velas, incienso, ropa hippie, etc, y muchos peregrinos, hombres santos, los sadhus, reconocibles por su aspecto excéntrico y su larga cabellera enrollada en un moño y cubierta de cenizas, en honor a Shiva. Ya al caer la tarde, finalicé el paseo en un templo dedicado a este mismo dios, donde se celebraba una ceremonia con concierto incluido.




Puente de Lakshman Jhula.


Vista desde la terraza del restaurante Tip Top, ideal para disfrutar de un lassi a la orilla del Ganges.

A la mañana siguiente me fui a hacer senderismo, una de las actividades más populares a realizar en los alrededores de Rishikesh. Cogí una carreterita que asciende hasta las montañas, desde la que disfrute de unas vistas espectaculares del Ganges y los templos aledaños. Iba en busca de unos saltos de agua que al parecer no había que perderse. Pero, cuando ya llevaba una hora caminando, ocurrió un episodio bastante extraño, imposible de imaginar que pudiera pasar aquí en la India. Resulta que de repente, dos tipos en una motocicleta me cortaron el paso. Uno de ellos, con cara de haberse metido de todo, se bajó del vehículo y empezó a chapurrear algo entre hindi e inglés. Conseguí entender algo así como que yo estaba solo, que ellos eran dos, no se que, no se cuantos, “I kill you” (te mato). En ese momento me quedé pillado, sin saber como reaccionar. Lo único que se me ocurrió fue decirle que yo era un hombre de paz (“meen shantivala huun”), me di la vuelta y me piré por donde había llegado. Y ahí se quedó la cosa, ni me pidieron dinero, ni me tocaron un pelo, lo mismo solo pretendían darme un susto. Si es así, pues lo consiguieron, no me la quise jugar y preferir ser prudente. Nunca se sabe como habrían reaccionado si hubiera seguido adelante como si tal cosa.



Como digo, esto es algo que no suele pasar en este país. Sigo pensando que es el lugar más seguro que existe para viajar solo, y que esto que me pasó es solo una excepción, que lo mismo no era más que una broma de mal gusto. Pero ya se sabe que, por desgracia, zumbados y mala gente hay en todas partes, y que uno nunca puede estar seguro de lo que se puede encontrar cuando viaja solo.
Volviendo a la ciudad, sentado a un lado de la carretera, me encontré a un hombre mayor, un peregrino, con el que me detuve un rato a charlar y a tranquilizarme después del mal trago. Su nombre Lakshminarayan, e iba camino de Katmandu, dispuesto a atravesar los Himalayas. Me estuvo contando su viaje desde su pueblo natal, y sus experiencias a través de los caminos, que recorría a pie, con un pequeño macuto como equipaje. El tiempo que pasé con él me alegró la mañana definitivamente.





Ya de nuevo en Rishikesh, el calor empezaba a apretar, así que decidí hacer algo que ya me dieron ganas de hacer en Haridwar: darme un chapuzón en el Ganges. Aunque en mi caso, más que por ritual sagrado lo hice simplemente para refrescarme un poco. Es verdad que el rio sagrado a su paso por la llanura, es como una cloaca al aire libre, pero aquí las aguas están recién llegadas de las montañas y no tenían tan mala pinta. Al rato, veo que tres personas se acercan, uno de ellos cámara en mano, y otro haciendo fotos, y me dicen que están trabajando para una televisión australiana. Me preguntaron que si sabía hacer yoga y que si podría colaborar con ellos para su reportaje. Les dije que sin problema, así que allí me planté sentado en los escalones en la postura del loto (la única que sé), con las piernas cruzadas, y empecé a hacer algunos ejercicios, mientras que los curiosos se iban acercando, entre el asombro y el cachondeo. He de reconocer que me estaba descojonando por dentro por lo surrealista de la situación. Yo que solo estaba allí para darme un bañito rápido para matar el calor, y acabo rodeado de gente, participando en un documental sobre extranjeros que vienen a Rishikesh a hacer yoga. Si es que tengo un imán para estas cosas. A ver si me llego un día al estudio (está en la misma Delhi) y les pido una copia del video, que os vais a partir.







Así que, entre los motoristas perdonavidas y el cachondeo en torno al baño en el rio, creo que va a ser difícil que se me olvide esta etapa. Sin duda, una de las más animadas, aunque los mejores momentos del viaje estaban por llegar. Esa misma tarde me encaminé hacia Mussoorie, a 76 kilómetros, una estación de montaña lejos del ajetreo asociado al Ganges. Un sitio ideal para cargar las pilas y dejar atrás el calor, que ya comenzaba a ser insoportable.

1 comentario:

polvora dijo...

joderrr nen!!! vaya susto, se me ha encogido el corazon a mi solo de leerlo, yo llego a ser tu y me cago ayi mismo, como la abuela cuando se cago las patas abajo cuando la apuntaron con las metralletas, te sabes esa historia no???

Menos mal que todo quedo enun susto y al final te acabaste descojonando y todo con el yoga, aver si consigues de verdad el video XD XDXD eso no nos lo podemos perder!!

Hasta la vista!!!