viernes, 24 de julio de 2009

Madurai, la ciudad de los templos

Situada en el centro de Tamil Nadu, Madurai es la capital cultural de la región y una de las ciudades más antiguas de la India, con un patrimonio artístico de 2500 años de historia. Es una ciudad muy animada, lugar de transito de números viajeros, peregrinos y comerciantes que llegan de todas partes. El alto número de visitantes hace que también abunden los buscavidas, timadores y demás alimañas que intentan sacar partido de ello. Destacan sobre todo los sastres que insisten e insisten en hacerte un traje a medida, y aquellos que intentan colarte en una tienda, tentándote con las maravillosas vistas de los templos que se ven desde la terraza, para así poder obtener una comisión. A mí se me pegó uno de estos, y me costó quitármelo de encima. Aparte de este incidente, apenas me sentí agobiado, y la gente se comportó muy amablemente conmigo en todo momento.

El principal punto de referencia y lugar de obligada visita, es el templo dedicado a la diosa Meenakshi, una de las esposas del dios Shiva. El recinto es enorme (unas 6 hectáreas), tiene forma rectangular, y en cada uno de los lados hay una espectacular torre (gopuram) de 50 metros de altura, por donde se accede al interior. Aparte de ir descalzo, como en todos los templos hindús, no está permitido el acceso con pantalón corto, por lo que me tuve que buscar algo para cubrir mis provocadoras y peludas piernas. Por 40 rupias me pillé un pedazo de tela con el que me hice un lungi, una especie de pareo muy popular por estas tierras.


Divino de la muerte



Antes de entrar al templo, me entretuve un buen rato admirando y analizando la sensacional decoración de las torres, al más puro estilo dravídico, conocido por su cargada ornamentación. Resulta llamativa la cantidad de figuras de dioses, animales y otros personajes mitológicos, que se superponen en las más variadas poses y expresiones. Vacas voladoras, diablos y dioses con 20 brazos, serpientes y dragones, elegantes bailarinas… todos organizados en perfecta armonía, formando un impresionante conjunto. Estos son sólo algunos detalles:







El interior del templo se compone de largos pasillos que llevan hacia diferentes santuarios donde los fieles adoran a sus deidades. La mayor parte de los mismos están vetados a los no hindús. Aparte de las torres, me gustó el estanque del loto de oro, donde los peregrinos realizan el baño sagrado. Yo no me bañé, pero en cambio tuve la fortuna de ser bendecido por un elefante por una moneda de 5 rupias. El sagrado animal coge la moneda y la deposita grácilmente en una cestita con su trompa, y con la misma te otorga su bendición dándote un trompazo en la cabeza. Un momento único, sin duda, que había que inmortalizar.




Interior del templo


Estanque del loto de oro

Aún vistiendo el lungi, salí por la puerta del norte en dirección al mercado de la ciudad, dejando atrás la piara de timadores y buscavidas que, ya sea en forma de sastres, sacerdotes o “experimentados” guías, aúnan esfuerzos en la caza del guiri. Ya en el animado y bullicioso laberinto de puestos de especias, hierbas aromáticas y verduras de todo tipo, me sentía más cómodo. Es verdad que hay ciertos puntos de interés cultural que el viajero no se puede perder, pero he de reconocer que me gustan más este tipo de ambientes, más cotidianos, más cordiales, más humanos, aunque siga siendo imposible pasar desapercibido. Por mucho que intente mimetizarme entre la gente, sigo llamando la atención y en cuanto ven que soy extranjero, me sonríen y me hacen señas para que les haga una foto. Son situaciones casi siempre divertidas, que te dejan con la sonrisa en la boca durante un buen rato, pero a veces, si que echo de menos eso de andar por la calle como si fuera invisible.







Después de comer, todavía tenía algo de tiempo para visitar otros lugares de interés en Madurai, como el palacio de Tirumalai y el museo de Gandhi. El primero estaba en pleno proceso de restauración, aunque aun así pude entrar. Aparte de carretillas, sacos de cemento y hormigoneras, no vi mucho más. Por su parte, la visita al museo fue más interesante. En su interior se exhiben textos, fotos y diferentes pertenencias de Mahatma, entre las que destaca la túnica que llevaba puesta el día en que lo asesinaron.


Interior del palacio


Museo de Gandhi

El resto del día lo pasé en el autobús, camino de Thanjavur, unos 163 kilómetros al norte de Madurai. Al llegar allí, me alojé en un hostal, el Rajah Rest House, que parecía el motel de Norman Bates. Aparentemente no había nadie, salvo los dos recepcionistas, a cual más extraño. La habitación era un tugurio en toda regla, pero estaba bien de precio (unas 100 rupias). Hubiera sido suficiente si no fuera porque el cuarto era un horno, y el ventilador apenas tenía potencia. Esto, sumado a la masiva presencia de mosquitos, y que la almohada era tan blanda como un yunque, me garantizaron una noche en vela, sin pegar ojo, lo que me pasaría factura al día siguiente.

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